En el instante en que su pregunto termino, el corazón de la niña parecía azotar con nerviosismo. Diría, que pasaría si ella era dejada, si él en verdad no deseaba estar a su lado, entonces, nada importaría. Respiró profundo, observando con detenimiento los ojos del pelinegro. La respuesta no llegaba, mientras en su mente meditaba el error que podría haber cometido. Le miró, deseando decir algo más, pero antes de darse cuenta, algo le había acercado a él; sus brazos le rodeaban. Abrió los labios, pero las palabras quedaron fuera, nada se escuchó. -Claro que me quedaré, nosotros tres seremos felices juntos- La niña aferró sus manos en el abrazo, sintiendo al poco tiempo como él pelinegro se alejaba, le miró, sonriendo, observando sonrojada lo que el muchacho estaba mirando. Hana x Galen. Escuchó sus siguientes palabras, sonriendo, sin decir nada más. Sintió sus labios rozar con los de él, sintiendo la vergüenza al poco tiempo; quizá fuese tonta, pero el simple hecho de tenerle, le hacía feliz; siempre he pensando que se manifiesta en forma de lastima, quizá. Pero nada sería incierto, desde ahora, siempre iba a amarlo. Llevó una mano a su vientre, rió.
-Dos años más tarde-
Era ya de mañana, los niños estaban durmiendo tranquilamente, o bueno, al menos uno de ellos lo estaba haciendo. El pequeño niño parecía lo suficientemente despierto, el pequeño corría por todas partes, sin escuchar los pequeños regaños de su querida madre. Tan salvaje como él. La niña rió, sin darse cuenta, observando como el pequeño no deseaba descansar. -No deberías estar levantado- Le dijo ella, sonriendo dulcemente, tomando su cuerpo entre los brazos, sujetándole con mucha fuerza. Él era un poco diferente de su hermanita, pero ambos -ante los ojos de la joven- eran sus objetos especiales. Después de todo, nadie podría amarlos más. El pequeño se aferró al cuello de la rubia, recostando dulcemente su cabeza. Le miró, sonriendo. -Si tenías sueño, después de todo- Dejó todo lo que estaba haciendo, caminando hacia las habitaciones de los jovencitos, pero -como suponía- su pequeño ángel no estaba allí. Entonces por eso despertaste. Dirigió sus pies a otro lugar, con precisión, llegó al cuarto del pelinegro, encontrando allí en la cama, a su pequeña niña acurrucada junto al pelinegro. Rió, llevando también a su dulce príncipe. Lo puso delicadamente al otro lado del mayor, observando divertida como sus tres tesoros dormían.
Debía salir, según el pelinegro necesitaba algo, y pregunto varias veces si ella podría ir a comprarlo. Por supuesto que no le importaba, pero las actitudes que tuvo quizá fuesen algo raras. Salió de la casa, besando con anterioridad las dulces frentes de sus niños. Y por supuesto, los labios de quien amaba. Dispuso su cuerpo a salir, mientras escuchaba los llamados de su niña. -¿V-endrás pr-onto mami?- Preguntaba, su pequeña niña, temerosa, tomando del vestido a la rubia. El niño, por otro lado, sostenía en sus labios una pequeña mueca de cachorro asustado, principalmente porque deseaba ir él también. La niña les miró un segundo, abrazando sus cuerpos, dispuesta a salir.
Paso la mayor parte del tiempo en la calle, las personas le saludaban amables, dulces, por que ya le conocían. Los pensamientos vagaban entre las tiendas, esperando encontrar el pedido del cual el pelinegro estaba hablando. Recorrió muchas, hasta que por fin le encontró. Una caja grande, parecía pesada, aunque quizá la subestimo un poco. Comenzó a caminar de regreso a casa, lentamente, recapacitando sus pensamientos. ¿Esto está bien? Por pequeñas razones, le parecía que algo andaba mal, después de todo, se sentía raro que él fuese quien pidió el favor, después de todo normalmente era quien no quería que se esforzara. Galen tonto. Rió con dulzura, dándose cuenta, de que el amor al mayor aumentaba con cada segundo que pasaba. Comenzó a caminar, de regreso a casa. Golpeo la puerta como de costumbre, esperando oír la voz del pelinegro. A penas entro, miró alrededor, susurrando un leve. -Estoy en casa- Espero unos segundos para recibir respuesta, pero nada paso. Buscó con los ojos, hasta encontrar los ojos rojos que tanto ansiaba. Le miró, confundida. ¿Un traje? Se dejo llevar por él, sin decir nada más. Una mesa completamente adornada, no entendía nada, pero tampoco diría nada. Le miró, sonriendo dulcemente, siguiendo los pasos que él hacía hacia ella. Quiso decir algo, pero el pequeño objeto que termino en sus manos fue primero. Parecía una caja, roja, le era bonita. Comenzó a deslizar sus dedos por ella, tomando la abertura desde el extremo. Tapó con ambas manos la boca, asustada, sonrojada, sin ninguna letra en su lengua. -¿G-alén?- Las manos temblaban con nerviosismo, el cuerpo parecía caer, sintió como su corazón palpitaba con demasiada fuerza, ahogando con delicadeza cualquier pensamiento dentro de ella. Le miró, sin decir nada, intentando asimilar la situación; la felicidad era demasiada, el pecho golpeaba con furia, no podía creerlo. -Mi querida Hana... ¿Q-quieres c-casarte conmigo?- Definitivamente, en cualquier segundo, el cuerpo caería, se aferró con fuerza a la mesa, mirando en lágrimas los ojos fijos en ella. Intentó decir algo, pero un beso le cubrió; rodeo con los brazos el cuello del pelinegro, sosteniéndose con fuerza. Los labios se dejaron unos a otros, con lentitud, acercando solo los rostros. La niña sonrió, susurrando levemente. -Si, quiero- Se aferró con firmeza a los brazos del pelinegro, dispuesta a no alejarse de él, definitivamente, jamás.
-Te amo-
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